miércoles, 14 de noviembre de 2007

Los cambios que se están produciendo con motivo del imparable desarrollo e implantación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) son enormes. Ante este fenómeno, resulta urgente y necesario valorar lo mejor posible sus repercusiones, alcance y trascendencia. Más aún, si cabe, en el terreno de la Educación con mayúsculas. Es evidente que las TICs pueden jugar un papel de primera magnitud en los procesos educativos tendientes a capacitar al educando para que llegue a desarrollar su propio potencial educativo. Sin embargo, estamos frente a problemas derivados del mal uso que a veces se hace de las TICs y que no son debidos a la propia naturaleza de ellas. Se trata, por lo tanto, de que ese uso venga acompañado de una adecuada y completa formación y, al mismo tiempo, de introducir e integrar adecuadamente las TICs en los modelos y paradigmas educativos que parten de la consideración de la plenitud del ser humano.
En la enseñanza tradicional, sin embargo, se ponía énfasis en lo que el profesor podía enseñar a sus alumnos. Actualmente, por el contrario, predomina la visión de la Educación como un proceso que debe capacitar al educando para que llegue a desarrollar su propio potencial educativo, o sea, para que aprenda a conducir su propia actividad educativa a lo largo de toda su vida. Hablamos, por tanto, de una educación permanente que tiene como uno de sus principales pilares el que las personas “aprendan a aprender”.
El papel que pueden desempeñar las TICs en estos procesos es fundamental. En este sentido, cabe pensar en ellas como poderosas herramientas para la renovación didáctica y pedagógica. Esta, al menos, sería la teoría; pero ¿hasta qué punto las cosas están sucediendo realmente así?
Cuando hablábamos de la trascendencia de la educación permanente, no nos referíamos a la necesidad de estar constantemente re-aprendiendo lo que también constantemente estamos olvidando, sino a la importancia y necesidad de saber cada día más y más cosas distintas, mediante la continua incorporación de nuevos contenidos a los que ya se poseen y su consiguiente recombinación. Del mismo modo, aunque sin duda es importante que el conocimiento tenga un valor práctico, el valor del conocimiento, como tal, va más allá de un estricto pragmatismo.
Por otro lado, uno de los mayores riesgos está, a nuestro juicio, en esa exigencia de velocidad, vértigo e inmediatez que aparentemente caracteriza a las TICs, al mundo de la comunicación, y por extensión (según se pretende ver) al propio conocimiento. Sin embargo, la verdadera y eficaz construcción del conocimiento exige justamente lo contrario. Como dice Muñoz Molina (2001: 100):
“Todo lo valioso tarda en aprenderse, y por eso es tan necesario el sosiego y la lentitud, que también se aprenden, porque lo natural en nosotros quizá sea el apetito atolondrado, el deseo de la fruición instantánea.”
Son el dinamismo y agilidad malentendidos y la prisa asociados al uso de las TICs, así como el hecho de la enorme cantidad y rápido crecimiento de la información disponible, los que dan lugar al aturdimiento y confusión tan frecuentes en bastantes usuarios de las TICs. Estos, cuando por ejemplo hacen uso de ellas para navegar en la Red, van “picoteando” multitud de cosas de aquí para allá sin darse tiempo ni opción a asimilarlas. Sobradamente conocidos son los casos de estudiantes que presentan sus trabajos como si fueran collages hechos totalmente a base de cortar y pegar desde páginas diversas encontradas en Internet o en enciclopedias informáticas al uso, sin ni siquiera haberse tomado la molestia de leer (ya no decimos, comprender) el contenido concreto de lo que han elaborado.
Con todo lo dicho no pretendemos, en absoluto, situarnos en el bando de los detractores de las TICs. Es más, pensamos que en estos temas no se debe caer en el reduccionismo extremo del axioma: “o estás conmigo incondicionalmente o estás contra mí”. Pero lo que sí queramos dejar claro es que los medios no deben confundirse con los fines y que el uso de las TICs, por sí solo, no garantiza ni la renovación de las formas pedagógicas ni la mejora de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Pero de la misma manera que decimos esto, también afirmamos que aun cuando sea cierto que las propias características de las TICs pueden favorecer actitudes y comportamientos no deseados como los antes descritos, no es ni mucho menos inevitable que esto ocurra. Más bien el problema está, fundamentalmente, en una cuestión de mal uso. Porque si bien es cierto que los medios determinan en gran medida los mensajes, los medios no son los mensajes, ni para bien ni para mal. De hecho, nada hay en las TICs, como tales, que impida que se lleven a cabo los esfuerzos de procesamiento y análisis imprescindibles para que se produzca un verdadero aprendizaje; todo lo contrario.
Por tanto el “quid de la cuestión” está en que para que las tecnologías de la información y la comunicación cumplan el papel deseado en los distintos ámbitos educativos, y para que los medios, en sí mismos, resulten verdaderamente educativos, es imprescindible que su uso venga acompañado de una adecuada y completa formación en todo lo que respecta a ellos. Sólo así se conseguirá que el alumnado sea de verdad protagonista de su aprendizaje. No se trata, pues, de tener que inventar nuevos modelos o paradigmas del aprendizaje. Se trata de introducir las TICs en los modelos ya existentes (constructivismo, aprendizaje significativo, aprendizaje por descubrimiento…) de forma que lejos de constituir un elemento extraño, o incluso un obstáculo a los fines y propósitos de la Educación, sean herramientas plenamente integradas que contribuyan eficazmente a la construcción del proyecto-persona.

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